enviado 07/03/07
Un diálogo con Roque Dalton y Lenin, desde el siglo XXI
Por Néstor Kohan
[Prólogo a Un libro rojo para Lenin]
La historia en ayuda de las futuras rebeldías
Hace
cuatro décadas Roque Dalton apeló al viejo militante salvadoreño Miguel
Mármol para desenterrar y desempolvar una
historia de rebeldía olvidada. No reconstruyó su testimonio sobre la
insurrección salvadoreña de 1932 para ganar una beca ni para coronar una
tesis universitaria. Con ayuda de Mármol (sobreviviente de aquella
insurrección a pesar de haber sido fusilado), Roque fue en busca del
pasado para así iluminar el presente y cargarlo de energía. De esta
manera pretendía conjurar los fantasmas del quietismo, el "realismo", el
culto de "lo posible" y la impotencia política que levanta altares
paganos a la sempiterna "correlación de fuerzas objetivas".
Atravesados
por esa misma inquietud espiritual y con intenciones análogas hoy
recurrimos al revolucionario y poeta Roque Dalton para pedirle socorro,
inspiración, consejo y guía. Ahora le toca a él dar
testimonio, aportar experiencias, reflexiones, pensamientos y
sugerencias políticas, para así ayudar a una nueva generación a salir
del impasse político y el desconcierto ideológico en que nos sumergió el neoliberalismo.
Lenin y el poder
Después de las derrotas insurgentes de los '60 y los genocidios
militares de los '70, de la socialdemocratización y el posmodernismo de
los '80, del desprecio de fundaciones y ONGs por el marxismo
revolucionario y la cooptación desfachatada de los '90, Roque nos ofrece
nuevamente la fruta prohibida. "
Es conveniente leer a Lenin", nos sugiere, "actividad tan poco común en extensos sectores de revolucionarios contemporáneos".
Pero
su consejo para las nuevas generaciones de militantes no queda detenido
allí.
Burlón, incisivo, irónico y mordaz, Dalton pone el dedo en la llaga.
Luego de los relatos posmodernos y de aquellas tristes ilusiones que
pretendían "cambiar el mundo sin tomar el poder", Roque nos provoca: "Cuando
usted tenga el ejemplo de la primera revolución socialista hecha por la
«vía pacífica», le ruego que me llame por teléfono. Si no me encuentra
en casa, me deja un recado urgente con mi hijo menor, que para entonces
ya sabrá mucho de problemas políticos
".
A
contramano de modas académicas y mercantiles, cruzando las fronteras
tanto de la vieja izquierda eurocéntrica como de los equívocos
seudolibertarios y falsamente horizontalistas de las ONGs, la propuesta
radical de Roque Dalton acude
presurosa a llenar un vacío. Su relectura de Lenin nos permite
responder los interrogantes que a nuestro paso nos presenta la esfinge.
Roque focaliza la mirada crítica y la reflexión teórica en el problema
fundamental del poder, desafío aún irresuelto en los procesos políticos
contemporáneos de nuestra América. Tras varias décadas de eludir,
ocultar o silenciar ese nudo problemático de todo pensamiento radical,
recuperar la perspectiva antiimperialista y anticapitalista de Roque
puede ser de gran ayuda para someter a crítica las mistificaciones y
atajos reformistas del posmodernismo, disfrazados con jerga
aparentemente —sólo aparentemente— libertaria.
La redacción de este libro
El puntapié inicial para la redacción de
Un libro rojo para Lenin, obra iconoclasta y provocadora,
responde a una invitación de un reconocido intelectual cubano, el poeta
Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas. En 1970, al
cumplirse 100 años del nacimiento de Lenin, Fernández Retamar convoca a
varios poetas a escribir sobre él. De los muchos trabajos
seleccionados, se eligen dos, uno
de Roque y otro del intelectual haitiano René Depestre.
Esa puntada inicial, redactada en La
Habana, se fue entretejiendo posteriormente con múltiples materiales que
Dalton va acumulando para su investigación sobre la obra del principal
teórico de la filosofía de la praxis —según lo definiera Antonio
Gramsci—.
Aquella
primera redacción acerca de Lenin se termina de completar recién tres
años más tarde, en julio de 1973, en Hanoi, Vietnam del norte. El libro
nace entonces en La Habana y concluye en Vietnam. Un itinerario
geográfico que es también político,
índice expresivo de lo que Roque concibe como actualidad del leninismo.
El propio autor aclara al final del
último poema de su libro, el "Ensayo de himno para la izquierda
leninista", que su texto queda, adrede, inconcluso. Lo concibe como una
obra abierta a los avatares de la revolución latinoamericana y a las
nuevas lecturas que eventualmente se derivarán sobre Lenin en el futuro
(su aclaración textual dice: "Poema inconcluso—mientras viva el autor").
Después de su irracional y cobarde asesinato, ocurrido en 1975, la obra
permanece como él la concibió, abierta.
Una reflexión de madurez
Dentro del arco de variación de su propia obra ensayística y política, Un libro rojo para Lenin constituye un texto de madurez.
Una
vez que culmina, en 1965, su primera investigación sociológica y
política —en forma de libro monográfico— sobre la historia de El
Salvador, Roque comienza su tarea de maduración ideológica y
radicalización política. Intentando trazar un puente directo entre
Farabundo Martí y la estrategia fidelista-guevarista continental, el
poeta aprovecha su estadía en Praga durante 1966 para
husmear y reconstruir los testimonios orales de Miguel
Mármol sobre la insurrección comunista de 1932. Esos testimonios fueron
recogidos en extensas entrevistas —en forma manuscrita, sin grabador— a
lo largo de tres semanas de mayo y junio de 1966. Fruto de esa rigurosa y
obsesiva tarea saldrá el texto sobre la insurrección de 1932 y la
masacre que la aplastó a sangre y fuego. De ese trabajo se
publicaron fragmentos por primera vez, en enero de 1971, en el Nº 48 de
la revista cubana Pensamiento Crítico con el título "Miguel
Mármol: El Salvador 1930-1932". Más tarde, ya muerto Roque, se publicó
el libro completo en forma póstuma. Fue en 1983. El volumen llevaba por
título
Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador y fue editado por Casa de las Américas.
En una etapa posterior de este trabajo
intelectual y ensayístico, Roque se mete hasta las orejas en los debates
políticos abiertos por Regis Debray en la segunda mitad de los años
'60. De allí saldrá el libro polémico
Revolución en la revolución y la crítica de derecha, donde el salvadoreño realiza su propio balance crítico sobre las
absolutizaciones y unilateralidades de Debray, mientras al
mismo tiempo ajusta cuentas con lo que denomina "la derecha del
movimiento comunista latinoamericano" que por entonces arremetía contra
Debray como una vía indirecta, menos comprometida y con menor costo
político, para atacar a Fidel y al Che e impugnar a la Revolución
Cubana.
De modo que Un libro rojo para Lenin
no es una obra juvenil, producto de alguien entusiasmado y con
voluntad, pero inexperto y recién llegado. Por el contrario, en la
trayectoria biográfica e ideológica de Roque Dalton constituye la
coronación de una prolongada búsqueda teórica (siempre nutrida y
entrecruzada con experimentaciones poéticas y
militancia política) que comienza investigando la propia historia
insurreccional de El Salvador en los años '30 y continúa más tarde con
la polémica sobre la estrategia de la lucha armada en América Latina de
los '60.
Su lectura-diálogo-collage
sobre Lenin conforma entonces el punto maduro de llegada de esas
indagaciones previas y el paso necesario que Roque emprende como
plataforma ideológica de su incorporación activa a la lucha armada en su
propio país.
El estilo de Roque:
la ironía como arma
Al
entablar una batalla ideológica de largo aliento contra todo un abanico
de reformismos Roque logra conjugar un contenido revolucionario con una
forma de expresión que violenta las cristalizaciones habituales del
discurso de izquierda. Su estilo disruptivo, heterodoxo, iconoclasta, no
es ajeno al contenido que pretende transmitir. No tiene sentido
congelar una forma de expresión ni atarse a un solo género si se
pretende transmitir un mensaje rebelde que rompa con los clichés y
lugares comunes que impidieron durante décadas aprovechar y utilizar el
inmenso arsenal teórico proporcionado por Lenin. Las rebeldías deberían
estar, entonces, en ambos polos de la ecuación, en la forma y en el
contenido, no sólo en este último. De
este modo, Roque lleva a la práctica en su escritura ensayística los
recursos que ya había empleado en su poesía. La cultura revolucionaria
se vuelve más eficaz y adquiere mayor poder de fuego (y de
convencimiento) cuanto más irónica
y mordaz.
Esa
ironía, tan propia y característica de su escritura, le ayuda también a
reirse, o al menos, a perderle el respeto a los géneros discursivos
tradicionales. En ese sentido reaparece una y otra vez, en cada página
de su libro, una pregunta que no por tácita resulta menos operante: ¿por
qué la polémica ideológica no puede ser poética? ¿por qué una obra
poética debe renunciar a su proyección ideológico política?.
Al
saltar por sobre los géneros Roque combina poemas, relatos, anécdotas y
hasta documentos históricos con las instrucciones de Lenin para
realizar un sabotaje, emplear una molotov, asaltar una comisaría,
construir un ejército revolucionario. En su conjunto, la obra constituye
un inmenso
collage en el que se integran materiales ensayísticos, biográficos, documentales, poéticos y pedagógicos.
Dentro de ese collage,
en la aproximación a Lenin y en la crítica del reformismo que pretendió
manipularlo, deformarlo o directamente rechazarlo, intervienen
numerosas voces con las que él acuerda y polemiza.
Roque
lo fue construyendo como un diálogo inacabado. En sus páginas aparecen
también sus oponentes, personajes inventados que, desde el horizonte de
la vieja izquierda metropolitana y eurocéntrica, intentan poner en duda
la lectura leninista que, en clave latinoamericana, su autor nos
propone.
Si bien es innegable que los personajes del diálogo-
collage son múltiples, también es evidente que ese elenco
numeroso cuenta con dos protagonistas centrales e inequívocos: Lenin y
Roque, Roque y Lenin. Ambos miembros activos de
nuestra cofradía antiimperialista y anticapitalista. Hacerlos
hablar significa incorporarlos al juego, involucrarlos en la resolución
de nuestros desafíos políticos actuales y nuestros interrogantes
abiertos. Leer el libro implica, entonces, participar en el diálogo.
Pero el collage de
Roque no es posmoderno, pues su propuesta de lectura-escritura tiene
ejes y contornos netamente definidos, habitualmente despreciados y
vilipendiados por el llamado "pensamiento débil". En primer lugar, la
historia, especialmente la de América Latina, aunque también la de otras
revoluciones antiimperialistas y anticapitalistas del mundo
subdesarrollado. En segundo lugar, la ideología. En tercer lugar, el
sujeto y, finalmente, en cuarto pero no en último lugar, la revolución.
El collage de Dalton, repleto de retazos polifónicos, no tiene
entonces nada que ver con la fragmentación entrecortada de un videoclip
posmoderno, donde las partes coexisten yuxtapuestas sin un sentido
articulador que las ordene y les otorgue una dirección.
En
esa articulación de historia, ideología, sujeto y revolución, el relato
no corre únicamente por cuenta de Roque. Junto al suyo, se oyen también
otros discursos, permaneciendo el
collage abierto y expresamente inconcluso como la misma
revolución continental y la propia historia del marxismo latinoamericano
en los cuales este libro se
inserta.
La forma collage
y el traspaso permanente de género en género no son las únicas notas
definitorias de esta escritura. Al mismo tiempo debemos registrar su
humor, no como algo aleatorio o coyuntural, sino como un registro
fundamental de toda la obra y visión de la vida de Roque Dalton.
El
humor de Roque, por ejemplo, intercala sin ningún tipo de advertencia
al lector, en medio de una rigurosa explicación de nuestro común amigo y
compañero, el cubano Fernando Martínez Heredia sobre el marxismo ruso,
los
terroristas populistas, Plejanov y el joven Lenin, la frase de la
canción de Carlos Puebla: "pero entonces llegó el comandante y mandó a parar".
Una irrupción sin aviso que desconcierta al lector y, como aquella
viejas técnicas teatrales que utilizaba Bertolt Brecht en su
dramaturgia, despiertan al espectador y lo zarandean para que tome
distancia del relato y así avance críticamente en la conciencia. O
también, aquella referencia a Gramsci y a su vínculo con la
Internacional Comunista de su obra
Un libro levemente odioso donde Roque, en lugar de escribir 275
páginas repletas de notas al pie y documentos de archivo, resume su
explicación con frases de... ¡un bolero!: "¿Qué le dijo el movimiento comunista internacional a Gramsci? No tengo edad, no tengo edaaaad para amarte....".
El
humor de Roque se convierte así en una herramienta desacralizadora, un
modo permanente de acercarse al marxismo y en particular a Lenin
evitando toda momificación, alivianando hasta corroer y disolver el peso
del bronce que durante décadas aplastó su mensaje rebelde.
En
medio de la risa y la ironía, Roque nos invita a pensar en voz alta, a
reflexionar codo a codo y fraternalmente entre compañeros, manteniendo
al mismo tiempo una ácida y agria polémica con los enemigos burgueses.
¿Lenin? ¿Cuál?
Después
de investigar sobre la historia remota de El Salvador, de reconstruir
la insurrección comunista de 1932 y de ajustar cuentas con todo el
affaire Debray, Roque se vuelca a Lenin. No es casual. Los
sectores más afines a la Unión Soviética y al llamado "tránsito
pacífico" al socialismo invocaban su figura —con no poco cinismo—como
antídoto frente a todos los "izquierdismos", principalmente el del Che
Guevara
y sus seguidores latinoamericanos.
¿Cuál es el Lenin que aquí nos acerca Roque? Pues el Lenin del trabajo
clandestino, el de la insurrección, el de la revolución y el de la lucha
por el poder. En esta elección no hay arbitrariedad alguna sino una
perspectiva político-ideológica inequívoca. El gran presupuesto de Roque
se asienta en una cosmovisión que concibe al marxismo de manera viva,
inflamable, como una teoría de la rebelión y no como una doctrina
académica muerta asentada en una recopilación de citas "sagradas"
tranquilizadoras. Según Roque "
nos interesa muchísimo más el Lenin de la toma de Petrogrado y el
Lenin que nos llega a través del Che Guevara y el general Giap, que el
lenin (genial, sin duda) de la NEP o el Lenin que nos llega a través del
informe
sobre los éxitos de la última cosecha de trigo en Ucrania".
La aproximación al máximo dirigente de la Revolución Rusa está dada por
la historia, la del propio Lenin y la de sus lectores actuales, con
problemas diversos a los de 1917 pero para los cuales el acudir al
pensamiento del gran bolchevique puede resultar sumamente útil y
provocador. De allí que Dalton, sucinto y económico, defina de la
siguiente manera: "
El leninismo es un complejo resultante de la historia, no una impenetrable bola de acero".
En esa aproximación a Lenin, que no por ser activa y
en perspectiva deja de ser objetiva, no por tomar partido deja de ser
rigurosa y estricta, no por elegir un perfil de abordaje deja de tomar
en cuenta los documentos y la investigación historiográfica, Roque
Dalton
aclara a cada paso desde donde habla y contra quien
escribe. Sus interlocutores polémicos están abiertamente mentados en el
poema "Contra quien es este libro". Además de oportunistas, allí los
clasifica —una vez más, irónicamente— como "
full backs de la burguesía", aquellos que acusan de "blanquismo" a
la naturaleza y a la historia o creen que la gran obra de Marx consiste
en haber prevenido a la clase obrera contra el revolucionarismo
excesivo.
Si está claro con quien es la polémica, también son nítidas las acusaciones que Roque pretende contestar. Están enumeradas en
el poema titulado "En la polémica nos dicen". Esto es: anarquistas, bandoleros, extremistas, terroristas, antisociales...
Si
hubiera que resumir en una sola categoría de la historia política del
movimiento socialista todos esos insultos, ese concepto sería el de
"blanquismo", referencia despectiva que remite al líder conspirador
francés del siglo XIX Auguste Blanqui.
Roque
se propone rescatar a Lenin (y con él a todo el marxismo revolucionario
que no sirve de pasto de consumo académico) de las acusaciones de
"blanquismo", pero también de otras que suelen acompañarlo:
"aventurerismo", "putshchismo", "romanticismo", "jacobinismo" y
"babuvismo" (referencia despectiva que remite a Graco Babeuf). Todos
estos epítetos, acuñados por la socialdemocracia de fines del siglo XIX y
empleados por el stalinismo prosoviético durante la década de 1960 para
insultar al Che, a Fidel y a los jóvenes revolucionarios que seguían a
Cuba fueron reflotados durante la década de 1980 y 1990 —ya muerto
Roque—, por ex comunistas, arrepentidos, y socialdemócratas subsidiados
por fundaciones alemanas o norteamericanas. Tanto en 1890, en 1967 como
en 1980-1990 el objetivo de su uso ha sido el mismo: rechazar a
cualquiera que se proponga ir más allá de los límites y protestas
permitidas por
el sistema de dominación capitalista. Demonizar a quien quiera sacar
los pies del plato.
Toda la polémica ideológica entablada por
Roque Dalton se propone precisamente defender la legitimidad política
del pensamiento revolucionario latinoamericano y hacer jugar a Lenin en
esa disputa, no como dogmático censor que reta con el dedo autoritario
en alto a los jóvenes izquierdistas sino como ácido impugnador del
reformismo, la enfermedad senil del comunismo y de los "nuevos"
movimientos sociales.
El Lenin que nos aproxima Roque, a través de discursos históricos,
artículos o testimonios de investigadores, es el del revolucionario que propone a
los jóvenes fabricar molotov, organizar células clandestinas de combate
callejero; el que recomienda pensar mejor qué hacer frente a las
elecciones antes de participar en ellas con los ojos cerrados y bajo
cualquier circunstancia; el que enseña el camino de la lucha frontal y
armada contra los organismos de inteligencia y represión...
¡Pero
Lenin, el más grande de todos, no está solo en este libro!. Lo
acompañan el Che Guevara, Fidel Castro, el general vietnamita Giap (que
se cansó de derrotar y humillar a varios ejércitos del imperialismo
japonés, francés, yanqui...), Ho Chi Minh, Antonio Gramsci, György
Lukács. Y obviamente no podía faltar
el diablo...
Roque, Lenin y el diablo
Sí, en Un libro rojo para Lenin
aparece León Trotsky. Roque extracta y reproduce fragmentos de su célebre Historia de la
revolución rusa (el mismo libro que Ernesto Guevara se llevó para
leer, extractar y anotar en Bolivia en 1966). Aquella voluminosa obra en
la cual el fundador del Ejército Rojo bolchevique subraya las fuertes
deudas que el marxismo revolucionario mantiene con Blanqui, sin obviar
las diferencias recíprocas.
Hoy
en día, en el siglo XXI, resultan más que útiles, seductores y
sugerentes estos fragmentos de Trotsky sobre la violencia revolucionaria
y el arte de la insurrección, inteligentemente extraídos e incorporados
por Roque. Sirven sobremanera para compararlos con la obsesión
pretendidamente
"antifoquista" (en realidad espontaneísta y reformista)
de Nahuel Moreno [Hugo Miguel Bressano] y algunos otros dirigentes
trotskistas latinoamericanos menos conocidos que han terminado
convirtiendo a Trotsky en un vulgar apologista de la participación
electoral a toda costa y a cómo dé lugar. Aunque el blanco predilecto de
Roque Dalton es, principalmente, la seudo ortodoxia oportunista de los
soviéticos y el reformismo stalinista —por ejemplo de Victorio Codovilla
y Rodolfo Ghioldi, dos dirigentes del PC argentino a quienes cuestiona
en su otro libro
Revolución en la revolución y la crítica de derecha—, el radio de
alcance de sus polémicas llega más allá de ese espacio restringido. La
lúcida reconstrucción de Roque Dalton deja bien en claro que León
Trotsky se sentiría mucho más a gusto en compañía de los guevaristas
latinoamericanos, "izquierdistas" y "románticos", que con las
instituciones burguesas y las elecciones parlamentarias a las que
tristemente lo han querido maniatar durante las últimas décadas en
algunos de nuestros países.
¿Qué
adopta Roque de Trotsky? Pues aquello según lo cual lo más difícil de
resolver en una situación revolucionaria es el problema del sujeto
colectivo y el papel activo de los revolucionarios. En ese contexto,
entre las principales trabas a remover, Trotsky identifica a la
maquinaria institucional y sus habituales acusaciones de "blanquismo"
utilizadas por la propaganda reformista para rechazar y demonizar a las
corrientes de izquierda no institucionales o extraparlamentarias. En ese
sentido, a Roque Dalton le llamó poderosamente la atención la forma en
que el creador del Ejército Rojo bolchevique define al "blanquismo".
Según el autor de
Historia de la revolución rusa, reproducido por Dalton, por blanquismo debe entenderse, no una desviación elitista,
militarista o conspiradora del socialismo sino, por el contrario, "la esencia revolucionaria del pensamiento marxista".
No es casual que Roque se haya detenido en este párrafo de Trotsky, ya
que en América Latina las corrientes más moderadas del movimiento
comunista emplearon el término de "blanquismo" para descalificar a
Fidel, al Che y a toda la nueva izquierda revolucinaria.
Al
poner en discusión la visión falsamente apologética de Lenin, que lo
convertía en una momia de mausoleo más preocupada por la "coexistencia
pacífica" entre diversas potencias a nivel internacional y por la
gobernabilidad interna de cada estado a nivel nacional, que en
incentivar futuras rebeliones populares, Dalton también realiza un
beneficio de inventario sobre la teoría del
partido. "El partido de Lenin es un partido de combate", afirma; "La mejor cuna del partido es el fuego". Su misión no es garantizar la paz (de los poderosos y los cementerios) sino encaminar a la juventud y la clase trabajadora "
para la toma del poder". No es casual que las diversas
organizaciones de la izquierda salvadoreña, pocos años después de que
Roque escribiera este libro, se encaminaran —unidas en el Frente
Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN)— hacia el combate armado y
la lucha revolucionaria por el poder. Justamente, hacia el final del
volumen, Roque reproduce un fragmento periodístico que da cuenta de la
actividad político militar de las FPL (Fuerzas Populares de Liberación
Farabundo Martí, una de las principales expresiones que años después
conformarían el FMLN). Marca de esta manera una línea de acción práctica
en la política salvadoreña de aquellos días.
Lenin desde el marxismo latinoamericano
El
poeta salvadoreño se propone, nada menos, que traducir a Lenin a
nuestra lengua política, a nuestra idiosincrasia, a nuestra historia,
insertándolo en lo más rebelde y radical de nuestras
tradiciones revolucionarias. No es aleatorio que en su reconstrucción
apele a otras experiencias de revoluciones en países del Tercer Mundo:
la atrasada Rusia, la periférica China, Vietnam, Cuba, El Salvador... El
Lenin de Roque se viste de moreno, de indígena, de mujer combativa, de
campesino, de cristiano revolucionario, de habitante de población, villa
miseria, cantegril y favela, además de obrero industrial, moderno y
urbano. La suya es una lectura ampliada de Lenin, pensada para que sea
útil ya no exclusivamente en las grandes metrópolis del occidente
europeo-norteamericano sino principalmente en el Tercer Mundo, única
manera de mantenerlo vivo y al alcance de la mano en las rebeliones
actuales de América latina.
Esa
perspectiva permite comprender la dedicatoria del libro que aunque está
cargada de afecto y admiración, implica también una definición
política, ya que Roque lo dedica "A Fidel Castro, primer leninista latinoamericano, en el XX aniversario del asalto al Cuartel Moncada, inicio de la
actualidad de la revolución en nuestro continente"
[subrayado de R.D.]. Esa dedicatoria a Fidel retoma puntualmente
la tesis central del libro de Lukács sobre Lenin [véase nuestro estudio
preliminar a G.Lukács: Lenin, la coherencia de su pensamiento. La Habana, Ocean Sur, 2007].
Algunos
de los problemas prioritarios que Un libro rojo... aborda tienen que ver con el
carácter de la revolución latinoamericana y las vías ("tránsito
pacífico", confrontación directa, "no tomar el poder...", etc). Pero el
abanico de problemas no se detiene allí. Pretende ser más extenso.
Lectura sobre las lecturas
La
obra de Roque tiene como objetivo fundamental pensar y repensar qué
significa el leninismo para y desde América latina. Su reflexión merece
ser balanceada y contrastada con algunas de las muchas aproximaciones
análogas realizadas en nuestro continente.
En
primer lugar, con el "leninismo" construido por Victorio Codovilla y
Rodolfo Ghioldi, dos de los principales exponentes argentinos de la
corriente latinoamericana prosoviética. Estos dos dirigentes comenzaron a
ser hegemónicos dentro del Partido Comunista
argentino (PCA) a partir de 1928, cuando ya hacía diez años que éste se
había fundado. Alineados en forma férrea con la vertiente de Stalin en
el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Codovilla
y Ghioldi pasaron a dirigir, de hecho, la sección sudamericana de la
Internacional Comunista (IC). Desde allí combatieron a José Carlos
Mariátegui, difundieron sospechas sobre Julio Antonio Mella y criticaron
duramente a todo el movimiento político-cultural de la Reforma
Universitaria nacido en Córdoba. Cuarenta años más tarde, durante los
años '60, Codovilla y Ghioldi volvieron a repetir la misma actitud de
aquellos años '20, rechazando y combatiendo la nueva herejía que emanaba
entonces de las barbas de Cuba. Desde ese ángulo, construyeron una
pretendida "ortodoxia" leninista desde la cual persiguieron a cuanto
"heterodoxo" se cruzara por delante. Lenin, en este registro stalinista
rudimentario se convierte en un recetario de
fórmulas rígidas, propiciadoras del "frente popular", la alianza de
clases con la llamada "burguesía nacional" y la separación de la
revolución en rígidas etapas. Además, desde los años '50 en adelante, el
"leninismo" de Codovilla y Ghioldi se fue convirtiendo en sinónimo de
"tránsito pacífico" al socialismo y oposición a toda lucha armada (a
pesar de que Ghioldi había participado en 1935 en la insurrección
fallida encabezada por Luis Carlos Prestes en Brasil).
Todo el emprendimiento de Roque Dalton en
Un libro rojo para Lenin constituye una crítica frontal y
radical, punto por punto, parte por parte, de esta versión de
"leninismo" divulgada y custodiada en nuestras tierras por Codovilla y
Ghioldi.
En segundo lugar, en América Latina el líder del Partido Comunista uruguayo (PCU) Rodney Arismendi elaboró en
Lenin, la revolución y América Latina una versión más refinada y
meditada de "leninismo". La suya fue una lectura más sutil, inteligente y
no tan vulgar como la de Codovilla y Ghioldi —lo que le permitió cierto
diálogo con la vertiente guevarista como el mismo Roque reconoce en su
otro libro
Revolución en la revolución y la crítica de derecha—, aunque el
dirigente uruguayo compartiera en términos generales el mismo paradigma
político que los dos dirigentes de Argentina. La apropiación
latinoamericana de Lenin que encara Arismendi —quien había realizado
años atrás una aguda crítica del populismo de Haya de la Torre—, sin
dejar
de seguir a la línea soviética, al mismo tiempo abre el diálogo frente a
la Revolución Cubana. En el libro de Arismendi sobre Lenin, ese difícil
y complejo cruce conciliador entre la antigua corriente de los PCs
prosoviéticos y la nueva corriente
revolucionaria, de inspiración fidelista-guevarista, se
expresa ya desde su misma dedicatoria, donde se entremezcla el recuerdo
de "los fundadores y militantes del movimiento comunista de América Latina
" con la invocación "A Fidel Castro y sus compañeros, entre ellos el
inmortal Guevara, que llevaron al triunfo la primera revolución
socialista del continente". A diferencia de Codovilla y Ghioldi que,
en nombre de Lenin, fueron ardientes opositores de la estrategia cubana
para América Latina (cuando Ghioldi escribe
No puede haber «revolución en la revolución»
contra Regis Debray, en realidad arremete políticamente contra Fidel y
el Che sin nombrarlos), Arismendi intenta integrar la perspectiva
continental de la lucha armada con la estrategia de los PC de "vía
pacífica". La solución de Arismendi, a mitad de caminos de dos
estrategias diversas e incompatibles, conserva muchos de los lugares
comunes —como la crítica al "blanquismo"— de la corriente prosoviética,
pero lo hace de una forma original, sin seguir al pie de la letra los
manuales soviéticos. No es casual que Arismendi haya sido uno de los
pocos o quizás el único dirigente de un PC tradicional que participa de
la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS)
reunida en La Habana en 1967.
En
tercer lugar, y ya bajo directamente la estrella de la
Revolución Cubana, la pedagoga chilena Marta Harnecker intentará una
nueva aproximación a Lenin desde América Latina. Lo hará desde la óptica
política y epistemológica althusseriana, ya que Marta ha sido durante
años una de las principales alumnas y difusoras del pensamiento de Louis
Althusser en idioma castellano y en tierras latinoamericanas. Ese
intento de lectura se cristalizará en la obra
La revolución social (Lenin y América Latina), de algún modo deudora de obras previas como Táctica y estrategia; Enemigos, aliados y frente político así como de la más famosa de todas Los conceptos elementales del materialismo histórico.
La obra pedagógica de Harnecker, mucho más apegada a Lenin que los
anteriores intentos etapistas de Codovilla, Ghioldi o Arismendi, tiene
un grado de sistematicidad mucho mayor que la de Roque Dalton. Sin
embargo, por momentos los esquemas construidos por Marta rinden un
tributo desmedido a situaciones de hecho,
coyunturales. Por eso sus libros teóricos van de algún modo
"acompañando" los procesos políticos latinoamericanos. Así, perspectivas
políticas determinadas se convierten, por momentos, en "modelos" casi
universales: lucha guerrillera —como en Cuba— en los '60; lucha
institucional y poder local —como en Brasil y Uruguay— en los '80 y '90;
procesos de cambios radicales a través del ejército —como en Venezuela—
desde el 2000.
El
libro de Roque, sin duda menos sistemático y con menor cantidad de
referencias y citas bibliográficas de los escritos de Lenin que estos
manuales, posee sin embargo una mayor aproximación al núcleo fundamental
del Lenin pensador de la revolución anticapitalista. La menor
sistematicidad es compensada con una mayor frescura y, probablemente,
con
una mayor amplitud de perspectiva de pensamiento político.
En cuarto lugar, debemos recordar la
operación de desmontaje que desde comienzos de los años '80 pretendieron
realizar los argentinos Juan Carlos Portantiero, José Aricó (ambos, por
entonces, exiliados en México) y Ernesto Laclau (residente, por libre
voluntad, en la Academia británica), entre otros. Toda su relectura de
Gramsci en clave explícita y expresamente antileninista, constituye un
sutil intento de fundamentar su pasaje y conversión de antiguas
posiciones radicalizadas a posiciones moderadas (esta referencia vale
para Portantiero y Aricó, no así para Laclau, quien nunca militó en la
izquierda radical sino en la denominada "izquierda nacional",
apoyabrazos progresista del populismo peronista).
Concretamente, el ataque a Lenin (acusado de "blanquista", "jacobino" y
"estatalista") y la manipulación de Gramsci (resignificado desde el
eurocomunismo italiano y el posmodernismo francés) cumplen en los
ensayos de Portantiero, Aricó y Laclau el atajo directo para legitimar
con bombos y platillos "académicos" su ingreso alegre a la
socialdemocracia, tras la renuncia a toda perspectiva anticapitalista y
anticapitalista. No podían realizar ese tránsito sin ajustar cuentas con
la obra indomesticable de Lenin, hueso duro de roer, incluso para los
académicos más hábiles en desvirtuar y fagocitar a los pensadores
rebeldes.
El libro de Roque, pensado para discutir con el reformismo y el oportunismo de "
la derecha del movimiento
comunista latinoamericano", está repleto de argumentos que incluso
les quedan grandes a las apologías parlamentaristas y reformistas de
estos tres pensadores de la socialdemocracia.
En
quinto lugar, no podemos obviar el reciente intento de John Holloway y
sus seguidores latinoamericanos por responsabilizar a Lenin de todos los
males y vicios habidos y por haber: sustitucionismo, verticalismo,
autoritarismo, estatalismo, etc., etc., etc. La "novedad" que inaugura
el planteo de Holloway consiste en que realiza el ataque contra las
posiciones radicales que se derivan de Lenin con puntos de vista
reformistas pero..., a diferencia de los antiguos stalinistas
prosoviéticos o de los socialdemócratas, él lo hace con lenguaje
supuestamente de izquierda. La jerga
pretendidamente libertaria encubre en Holloway un reformismo poco
disimulado y una impotencia política mal digerida o no elaborada
(extraída de un esquema académico demasiado abstracto de la experiencia
neozapatista, caprichosamente despojada de toda perspectiva histórica o
de toda referencia a las luchas campesinas del zapatismo de principios
del siglo XX, que poco o nada interesan a Holloway). Toda la crítica de
Roque Dalton golpea contra este tipo de planteos académicos al estilo de
Holloway, aunque por vía indirecta, ya que al redactar su polémico
collage Roque pretendía cuestionar posiciones más ingenuas, menos sutiles y, si se quiere, más transparentes en sus objetivos políticos.
Finalmente, a la hora de parangonar la lectura de Roque con otras lecturas
latinoamericanas sobre Lenin, nos topamos con el reciente estudio de Atilio Borón. Este autor acude al ¿Qué hacer?, para analizarlo, interrogarlo y reivindicarlo desde la América Latina contemporánea.
No
es casual que, como Roque Dalton, Borón llegue a una conclusión análoga
cuando señala a Fidel Castro como uno de los grandes dirigentes
políticos que han comprendido a fondo a Lenin. Particularmente, hace
referencia a la importancia atribuida por Lenin a la teoría
revolucionaria y a la conciencia y lo parangona con el lugar
privilegiado que ocupa la "
batalla de las ideas" en el pensamiento de Fidel.
Después de la rebelión popular argentina de diciembre de 2001, Borón analiza las tesis del ¿Qué hacer? y
las emplea para polemizar con el "espontaneísmo", sobre todo de John
Holloway, quien de hecho clasifica a Lenin como un vulgar estatista
autoritario. También polemiza con la noción deshilachada y difusa de
"multitud" de Toni Negri, quien cree, erróneamente, que toda
organización partidaria de las clases subalternas termina subordinando
los movimientos sociales bajo el reinado del Estado. Crítico de ambas
interpretaciones —la de Holloway y la de Negri—, Borón sostiene que gran
parte de las revueltas populares de comienzos del siglo XXI han sido "
vigorosas pero ineficaces", ya que no lograron, como en el caso argentino, instaurar un gobierno radicalmente distinto a
los anteriores ni construir un sujeto político, anticapitalista y antiimperialista, perdurable en el tiempo.
En
este tipo de lecturas, el leninismo de Borón mantiene una fuerte deuda
con las hipótesis históricas del dirigente comunista uruguayo Arismendi,
a quien cita explícitamente, aunque en el caso del argentino esas
conclusiones a favor de un comunismo democrático estén completamente
despojadas de todo vínculo con el stalinismo.
De la misma forma que el salvadoreño, en su trabajo sobre Lenin el argentino cuestiona "
las
monumentales estupideces pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores".
Si bien Borón y Dalton se esfuerzan por delimitar la reflexión de Lenin
de aquello en lo que derivó posteriormente en stalinismo, depositan sus
miradas en aristas algo disímiles. Por ejemplo, mientras Borón critica
—siguiendo a Marcel Liebman— la "
actitud sumamente sectaria" de Lenin durante el período
1908-1912, Roque defiende aquellos escritos de Lenin, duros,
inflexibles, propiciadores de la clandestinidad, del "partido obrero de
combate" e incluso de la guerrilla.
Las reflexiones de Un libro rojo para Lenin
tienen, evidentemente, vasos comunicantes con todas estas otras iniciativas intelectuales elaboradas en América Latina pero contienen, además, una densidad específica y propia.
Con
preocupaciones similares a todos estos abordajes, con los cuales
polemiza o dialoga, el poeta salvadoreño le agrega a Lenin un atractivo
extra, un "plus" picante y difícil de aferrar. El Lenin que él nos
acerca se desmarca del manual, del slogan, del
paper académico, del esquema —sea el que sea— o de la cita de
partido para volverse uno más de nosotros, una persona viva y militante,
de carne y hueso, al alcance cotidiano de la mano.
Pensar más allá del progresismo
y actuar más allá de la institucionalidad
La
propuesta política de Roque, atravesada, sí, por las esperanzas
ardientes de los años 60 e inflamada, también, por el huracán
continental que generó en sus primeros años la Revolución Cubana, posee,
sin embargo, una impactante actualidad. Si bien es cierto que el
"espíritu de época" del cual se nutre Roque al escribir no es
exactamente el nuestro, también es verdad que su libro-
collage pone sobre la mesa, casi brutalmente, un problema que
permanece todavía irresuelto. ¿Cómo pensar en América Latina los cambios
radicales más allá de la
institucionalidad sin abandonar, al mismo tiempo, la organicidad
revolucionaria anticapitalista? Es decir, ¿cómo volver a colocar en el
centro de las discusiones, los proyectos y las estrategias
revolucionarias latinoamericanas del siglo XXI el problema del poder,
abandonado, eludido o incluso negado durante un cuarto de siglo de
hegemonía ideológica reformista o neoliberal?
Para
obligarnos a pensar en estos problemas, a tocar el fuego con las manos,
Roque provoca, molesta, incomoda. Se ríe y burla de los acomodaticios.
Se mofa de las burocracias partidarias. Se toma en solfa la adustez
engolada de los discursos académicos que citan mucho para no decir nada.
El
libro de Roque también sirve para pensar las derrotas de las
revoluciones latinoamericanas desde la izquierda, sin hacer tabla rasa
con el pasado de lucha (como nos han propuesto a lo largo de estos años
tantos conversos y arrepentidos, convertidos súbitamente en funcionarios
de traje, reloj caro y corbata). Repleto de ironía, permite además
hacer un balance meditado y reflexivo, rechazando el desarme
político-ideológico que presupone la historiografía de "tierra
arrasada", tan en boga durante los años '80 y '90, donde se culpaba a la
izquierda revolucionaria por los golpes de estado, las desapariciones
de personas, la inestabilidad política de la región, etc., etc.
Además de todos estos aportes, que no son pocos, el libro de
Roque nos puede permitir ensayar un balance crítico de las experiencias
fallidas o truncas de los reformismos capitalistas "con rostro humano",
luego de la denominada "transición a la democracia" de los '80, superado
ya el neoliberalismo de los años '90 y después del gatopardismo
"progresista" que se despliega a partir del año 2000.
Roque Dalton,
Lenin
y el socialismo del siglo XXI
Por todo esto creemos no equivocarnos al afirmar que el
ensayo-collage
-poema inconcluso Un libro rojo para Lenin,
heredero de Mariátegui y del Che, dedicado a Fidel Castro y dirigido a
las nuevas generaciones de militantes por el socialismo, constituye uno
de los principales clásicos del marxismo latinoamericano. Debería
estudiarse en todas nuestras escuelas de formación política.
Su
lectura no puede ni debe ser pasiva. Sumergirse en sus poemas irónicos,
en sus textos teóricos, en sus documentos políticos, implica hacer
hablar a Roque y a los interlocutores que él eligió para, acompañando a
Lenin, construir su obra abierta y polifónica.
Insertado
en lo más rico y original del pensamiento rebelde latinoamericano, este
texto constituye una invitación exquisita para dialogar en voz alta con
Lenin y Roque Dalton, dos personalidades
queridas y entrañables. Ese diálogo debe apuntar a
aprender de los errores y aciertos del siglo XX y a pensar el
significado del socialismo revolucionario del siglo XXI, nuestro próximo
horizonte.
Buenos Aires, marzo de 2007
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