sábado, 16 de junio de 2012

Gobernabilidad e izquierda...

enviado 03/11/06

La gobernabilidad del capitalismo periférico y los desafíos de la izquierda revolucionaria



Néstor Kohan


Crisis orgánica y revolución pasiva:


el enemigo toma la iniciativa



Desde Marx y Engels hasta Lenin, Trotsky y Mao, desde Mariátegui,
Mella, Recabarren y Ponce hasta el Che Guevara y Fidel, gran parte de
las reflexiones de los marxistas sobre la lucha de clases han girado
en torno a la necesidad de asumir la iniciativa política por parte de
los trabajadores y el pueblo.

Pero ¿qué sucede cuando la iniciativa la toman nuestros enemigos? ¿Qué
hacer cuando los segmentos más lúcidos de la burguesía intentan
resolver la crisis orgánica de hegemonía, legitimidad política y
gobernabilidad apelando a discursos y simbología "progresistas",
poniéndose a la cabeza de los cambios para desarmar, dividir,
neutralizar y finalmente cooptar o demonizar a los sectores populares
más intransigentes y radicales?

Para pensar esos momentos difíciles, tan llenos de matices, Gramsci
elaboró una categoría: la "revolución pasiva". La tomó prestada de
historiadores italianos, pero le otorgó otro significado.

La revolución pasiva es para Gramsci una "revolución-restauración", o
sea una transformación desde arriba por la cual los poderosos
modifican lentamente las relaciones de fuerza para neutralizar a sus
enemigos de abajo.

Mediante la revolución pasiva los segmentos políticamente más lúcidos
de la clase dominante y dirigente intentan meterse "en el bolsillo"
(la expresión es de Gramsci) a sus adversarios y opositores políticos
incorporando parte de sus reclamos, pero despojados de toda
radicalidad y todo peligro revolucionario. Las demandas populares se
resignifican y terminan trituradas en la maquinaria de la dominación.

¿Cómo enfrentar esa iniciativa? ¿De qué manera podemos descentrar esa
estrategia burguesa?

Resulta relativamente fácil identificar a nuestros enemigos cuando
ellos adoptan un programa político de choque o represión a cara
descubierta. Pero el asunto se complica notablemente cuando los
sectores de poder intentan neutralizar al campo popular apelando
discursivamente a una simbología  "progresista". En esos momentos,
navegar en el tormentoso océano de la lucha de clases se vuelve más
complejo y delicado...

Dentro de ese conglomerado de olas y mareas políticas que se
entrecruzan, no todo aparece tan nítidamente diferenciado ni
delimitado como pudiera suponerse. En la actual coyuntura política
latinoamericana verificamos, por ejemplo, una notable diferencia entre
Cuba, Venezuela y posiblemente Bolivia (en este caso particular no
tanto por las moderadas posiciones políticas de su presidente sino más
que todo por los poderosos movimientos sociales que tiene por detrás),
por un lado; con Chile, Argentina y Uruguay, por el otro.

Si Cuba y Venezuela encabezan la rebeldía contra el imperio, el
segundo bloque de naciones -ubicado en el cono sur de nuestra América-
expresa más bien cierto aggiornamiento del  modelo neoliberal. En este
sentido, aunque cada sociedad particular tiene sus propios desafíos,
existen problemáticas generales que bien valdría la pena repensar,
eludiendo los cantos de sirena embriagadores -por ahora hegemónicos-
que hoy pretenden reactualizar las viejas ilusiones reformistas que
padecimos hace tres décadas atrás y que tanta sangre, tragedia y dolor
nos costaron. En el caso de Argentina, Chile y Uruguay ya no se trata
hoy en día del añejo y deshilachado "tránsito pacífico" al socialismo
sino, incluso, de una propuesta muchísimo más modesta: la reforma del
capitalismo neoliberal en aras de un supuesto "capitalismo nacional"
(en la jerga de Kirchner) o "capitalismo a la uruguaya" (para Uruguay)
y así de seguido. Hasta el tímido socialismo del "tránsito pacífico"
se diluye y el horizonte se estrecha con los vanos intentos por
endulzar al capitalismo y volverlo menos cruel y salvaje...

En esta situación compleja, en el cono sur latinoamericano asistimos a
un difícil desafío: pensar  desde el marxismo revolucionario no en la
inminencia del asalto al poder o de ofensiva abierta de los sectores
populares, sino en aquellos momentos del proceso de la lucha de clases
donde el enemigo pretende mantener y perpetuar el neoliberalismo de
manera sutil y encubierta. No lo pretende hacer de cualquier manera.
Paradójicamente, las clases dominantes intentan resolver su crisis
orgánica, garantizar la gobernabilidad y mantener sus jugosos negocios
enarbolando nuestras propias banderas (oportunamente resignificadas).
Resulta más sencillo enfrentar y golpear a un enemigo frontal que
intenta aplastarnos enarbolando banderas neoliberales y fascistas (el
caso emblemático de Pinochet en Chile y Videla o Menem en Argentina es
arquetípico). Pero deviene extremadamente complejo responder
políticamente cuando el neoliberalismo se disfraza de "progre",
continúa beneficiando al gran capital en nombre de "la democracia",
los "derechos humanos", la "sociedad civil", el "respeto por la
diversidad", etc., etc., etc.

Estos procesos y mecanismos de dominación política utilizados en la
actualidad por las clases dominantes del cono sur latinoamericano y
sus amos imperiales se asientan en una prolongada y extensa tradición
previa.

No han surgido por arte de magia. Sólo constituyen un "enigma
irresoluble" si, como tantas veces nos sugirió el posmodernismo,
hacemos abstracción de nuestra historia nacional y continental.





La revolución pasiva

en la historia de América latina





Durante el siglo XIX, a lo largo de la conformación histórica de los
estados-naciones latinoamericanos, se entabló una singular relación
entre Estado y sociedad civil. A diferencia de algunos esquemas
mecánicos y simplistas, supuestamente "marxistas"[1], en América
latina la relación entre sociedad civil y Estado ha sido en gran
medida diferente al proceso de las sociedades europeas[2].

Entre nosotros, en no pocas oportunidades, el Estado no fue un
producto posterior que venía a reforzar una realidad previamente
constituida sobre sus propias bases sino que, por el contrario,
contribuyó de manera activa a conformar sociedad civil. No puede
explicarse, por ejemplo, la  inserción subordinada y dependiente de
las formaciones sociales latinoamericanas en el mercado mundial
durante el siglo XIX si se desconoce la mediación estatal. No puede
comprenderse el proceso genocida de los pueblos originarios de nuestra
América, el robo, la expropiación de sus tierras y la incorporación de
la producción agrícola o minera al mercado mundial si se prescinde del
accionar estatal. No puede entenderse la conformación de las grandes
unidades productivas, como las plantaciones, las minas, las haciendas,
que combinaban la explotación forzada de fuerza de trabajo con una
producción de valores de cambio destinados a ser intercambiados y
vendidos en el mercado mundial capitalista, si se deja de lado el rol
activo jugado por el Estado. Ese protagonismo central no tuvo lugar
únicamente en la llamada acumulación originaria del capital
latinoamericano. Posteriormente, cuando el capitalismo y el mercado ya
funcionaban en América Latina sin andadores ni muletas, el Estado
siguió jugando un rol decisivo.

Entre las muchas instituciones que conforman el entramado estatal hubo
una institución en particular que ocupó este rol central: el Ejército
(entendido en sentido amplio, como sinónimo de Fuerzas Armadas)[3].
Junto con la represión feroz de numerosos sujetos sociales -pueblos
indígenas y negros, gauchos, llaneros, etc- reacios a incorporarse
como mansa y domesticada fuerza de trabajo, los ejércitos
latinoamericanos también ocuparon, gerenciaron y realizaron tareas
estrictamente económicas.

Ese rol privilegiado y muchas veces preponderante en América Latina no
sólo fue central a lo largo de todo el siglo XIX. En el siglo XX el
bonapartismo militar[4] ocupó el rol activo que no jugaron ni podían
jugar las débiles, impotentes y raquíticas burguesías autóctonas
latinoamericanas (injustamente denominadas  "burguesías nacionales"
por sus apologistas). Ante la ausencia de proyectos sólidos, pujantes
y auténticamente nacionales, las burguesías latinoamericanas perdieron
su escasa y delgada autonomía, si es que alguna vez la tuvieron[5], y
terminaron jugando el rol sumiso de socias menores y subsidiarias de
los grandes capitales. Sólo podían disfrutar del solcito del mercado
interno y del mercado mundial a condición de acomodarse con la cabeza
gacha y el sombrero entre las manos en los lugares secundarios y los
espacios semivacíos que les dejaban los capitales multinacionales. Es
por eso que gran parte de las industrializaciones latinoamericanas del
siglo XX fueron en realidad seudoindustrializaciones, ya que no
modificaron la estructura previa heredada por las burguesías agrarias
del siglo XIX[6].

Hoy en día resulta a todas luces errónea y fuera de foco la falsa
imagen y la ilusoria dicotomía -construida artificialmente desde
relatos encubridores y apologistas- que enfrentaría a "burguesías
nacionales, democráticas, industrialistas, antiimperialistas y
modernizadoras" versus "oligarquías terratenientes, tradicionalistas,
autoritarias y vendepatrias". Nuestra historia real, repleta de golpes
de estado, masacres y genocidios planificados, ha seguido un derrotero
notablemente diverso al que postulaban los cómodos "esquemas clásicos"
y los complacientes "tipos ideales" construidos a imagen y semejanza
de las principales formaciones sociales europeas. La historia
latinoamericana desobedeció a la lógica europea; la lucha de clases
empírica no se dejó atrapar por el esquema ideal; el desarrollo
desigual, articulado y combinado de múltiples dominaciones sociales
desoyó los consejos políticos etapistas que aconsejaban apoyar a una u
otra fracción burguesa ("burguesía democrática" la llamó el reformismo
stalinista, "burguesía nacional" la denominó el populismo) contra el
supuesto enemigo oligárquico. En América Latina las burguesías
nacieron oligárquicas y las oligarquías fueron aburguesándose mientras
se modernizaban. Las modernizaciones no vinieron desde abajo sino
desde arriba. No fueron democráticas ni plebeyas, sino oligárquicas y
autoritarias. No fueron producto de "revoluciones burguesas
antifeudales" -como rezaban ciertos manuales- sino de
revoluciones-restauradoras, revoluciones pasivas encabezadas e
impulsadas por las oligarquías aburguesadas.

Fueron las propias oligarquías, a través del aparato de Estado y en
particular de las fuerzas armadas, las que emprendieron -a sangre,
tortura y fuego-  el camino de modernizar su inserción  siempre
subordinada en el mercado mundial capitalista[7]. El liberalismo
latinoamericano no fue, como en la Francia de los siglos XVII y XVIII,
progresista sino autoritario y represivo. En nuestras patrias
despanzurradas a golpes de bayoneta y destrozadas a picana y palazos,
jamás existió modernización económica sin represión política.

Las burguesías locales fueron históricamente débiles para independizar
nuestras naciones del imperialismo pero al mismo tiempo fueron lo
suficientemente fuertes como para neutralizar e impedir los procesos
de lucha social radical de las clases populares.

Las sangrientas dictaduras latinoamericanas -cuyas consecuencias
nefastas seguimos padeciendo hasta nuestro presente- que asolaron
nuestro continente durante las décadas de los años '70 y '80 no
fueron, en consecuencia, un rayo inesperado en el cielo claro de un
mediodía de verano. No constituyeron una "anomalía", una excepción a
la regla, el interregno entre dos momentos de normalidad y paz. Fueron
más bien la regla de nuestros capitalismos periféricos, dependientes y
subordinados a la lógica del sistema capitalista mundial.





Nuevos tiempos de luchas y nuevas formas de
dominación durante la "transición a la democracia"





       Agotadas las antiguas formas políticas dictatoriales mediante
las cuales el gran capital -internacional y local- ejerció su
dominación y logró remodelar las sociedades latinoamericanas
inaugurando a escala mundial el neoliberalismo[8] nuestros países
asistieron a lo que se denominó, de modo igualmente apologético e
injustificado, "transiciones a la democracia".

Ya llevamos casi veinte años, aproximadamente, de "transición". ¿No
será hora de hacer un balance crítico? ¿Podemos hoy seguir repitiendo
alegremente que las formas republicanas y parlamentarias de ejercer la
dominación social son "transiciones a la democracia"? ¿Hasta cuando
vamos a continuar tragando sin masticar esos relatos académicos
nacidos al calor de las becas de la socialdemocracia alemana y los
subsidios de las fundaciones norteamericanas?

En nuestra opinión, y sin ánimo de catequizar ni evangelizar a nadie,
la puesta en funcionamiento de formas y rituales parlamentarios dista
largamente de parecerse aunque sea mínimamente a una democracia
auténtica. Resulta casi ocioso insistir con algo obvio: en nuestros
países latinoamericanos hoy siguen dominando los mismos sectores
sociales de antaño, los de gruesos billetes y abultadas cuentas
bancarias. Ha mutado la imagen, ha cambiado la puesta en escena, se ha
transformado el discurso, pero no se ha modificado el sistema
económico, social y político de dominación. Incluso se ha
perfeccionado[9].

       Estas nuevas formas de dominación política -principalmente
parlamentarias- nacieron producto de la lucha de clases. En nuestra
opinión no fueron un regalo gracioso de su gran majestad, el mercado y
el capital (como sostiene cierta hipótesis que termina presuponiendo,
inconscientemente, la pasividad total del pueblo), pero
lamentablemente tampoco fueron únicamente fruto de la conquista
popular y del "avance democrático de la sociedad civil" que lentamente
se va empoderando de los mecanismos de decisión política marchando
hacia un porvenir luminoso (como presuponen ciertas corrientes que
terminan cediendo al fetichismo parlamentario). En realidad, los
regímenes políticos postdictadura, en Argentina, en Chile, en Uruguay
y en el resto del cono sur latinoamericano, fueron producto de una
compleja y desigual combinación de las luchas populares y de masas -en
cuya estela alcanza su cenit la pueblada argentina de diciembre de
2001- con la respuesta táctica del imperialismo que necesitaba
sacrificar momentáneamente algún peón militar de la época neolítica
para reacomodar los hilos de la red de dominación, cambiando algo para
que nada cambie.

Con discurso "progre" o sin él, la misión estratégica que el capital
transnacional y sus socias más estrechas, las burguesías locales, le
asignaron a los gobiernos "progresistas" de la región -desde el Frente
Amplio uruguayo y el PJ del argentino Kirchner hasta la concertación
de Bachelet en Chile- consiste en lograr el retorno a la "normalidad"
del capitalismo latinoamericano. Se trata de resolver la crisis
orgánica reconstruyendo el consenso y la credibilidad de las
instituciones burguesas para garantizar EL ORDEN. Es decir: la
continuidad del capitalismo. Lo que está en juego es la crisis de la
hegemonía burguesa  en la región, amenazada por las rebeliones y
puebladas -como la de Argentina o Bolivia- y su eventual recuperación.

Desde nuestra perspectiva, y a pesar de las esperanzas populares, la
manipulación de las banderas sociales, el bastardeo de los símbolos de
izquierda y la resignificación de las identidades progresistas tienen
actualmente como finalidad frenar la rebeldía y encauzar
institucionalmente la indisciplina social. Mediante este mecanismo de
aggiornamiento supuestamente "progre" las burguesías del cono sur
latinoamericano intentan recomponer su hegemonía política. Se pretende
volver a legitimar las instituciones del sistema capitalista,
fuertemente devaluadas y desprestigiadas por una crisis de
representación política que hacía años no vivía nuestro continente.
Los equipos políticos de las clases dominantes locales y el
imperialismo se esfuerzan de este modo, sumamente sutil e inteligente,
en continuar aislando a la revolución cubana (a la que se saluda,
pero... como algo exótico y caribeño), conjurar el ejemplo insolente
de la Venezuela bolivariana (a la que se sonríe pero... siempre desde
lejos), seguir demonizando a la insurgencia colombiana y congelar de
raíz el proceso abierto en Bolivia.





Los desafíos de la izquierda latinoamericana

antiimperialista y anticapitalista frente a su propia historia





       ¿Cómo enfrentar entonces ese aggiornamiento de las formas
políticas de dominación, ese intento gatopardista por cambiar algo
para que el ORDEN siga igual y nada cambie de fondo?

       Descartada la visión ingenua de un optimismo eufórico que
postula en el terreno de las consignas agitativas un peligroso y falso
triunfalismo -calificando como "avance revolucionario" a los gobiernos
de Tabaré Vázquez, Kirchner o Bachelet-, debemos hacer el esfuerzo por
comprender nuestros desafíos políticos a partir de nuestra propia
historia y nuestras propias necesidades[10]. Así lo hizo Fidel cuando
encabezó la revolución cubana, así lo hace Chávez en Venezuela. Así lo
hicieron los sandinistas, los salvadoreños y los tupamaros en sus
épocas fundacionales (cuando eran radicales y estaban contra el
sistema), así lo hacen las FARC y el ELN en Colombia, al igual que los
zapatistas en Chiapas. En el cono sur latinoamericano se nos impone
encontrar nuestra propia perspectiva estratégica y nuestro rumbo
político a partir de nuestra propia historia. ¡Debemos estudiar y
tomar en serio a la historia!

Eso implica estar alertas frente a cualquier manipulación oportunista.
Es cierto que todo relato histórico presupone construir genealogías en
el pasado para defender y legitimar políticas hacia el futuro. Pero
todo tiene un límite. No se puede ir al pasado, "meter mano", poner y
sacar a gusto y piacere según las oportunidades del caso...

Por ejemplo, en la Argentina, no se puede poner en las banderas y en
los carteles las imágenes de Santucho y del Che Guevara y luego, como
por arte de magia, borrar esos símbolos para reemplazarlos por la foto
de Juan Domingo Perón. Y luego, si cambian las alianzas políticas del
momento, archivar rápidamente a Perón y volver a poner a Santucho o a
quien convenga en esa ocasión. Siempre con la misma sonrisa cínica.
¡Como si todo fuera lo mismo! Eso es poco serio. Eso es hacer
manipulación vulgar de la historia en función del presente inmediato.
Así no se construye una identidad política de masas que logre
aglutinar a la juventud rebelde y a la clase trabajadora combativa en
función de un proyecto de emancipación radical. Los cubanos designan a
esas maniobras como vulgar "politiquería". Lenin las denominaba
"oportunismo". En cada uno de los países de nuestra América hay un
término para hacer referencia a lo mismo.

La historia debe ser nuestra fuente genuina de inspiración, no un
cómodo salvoconducto oportunista.



Formación política, hegemonía

socialista e internacionalismo



No sólo debemos inspirarnos en la historia. En la actual fase de la
correlación de clases -signada por la acumulación de fuerzas-
necesitamos generalizar la formación política de la militancia de
base. No sólo de los cuadros dirigentes sino de toda la militancia
popular. Se torna imperioso combatir el clientelismo y la práctica de
los "punteros" (negociantes de la política mediante las prebendas del
poder), solidificando y sedimentando una fuerte cultura política en la
base militante, que apunte a la hegemonía socialista sobre todo el
movimiento popular. No habrá transformación social radical al margen
del movimiento de masas. Nos parecen ilusorias y fantasmagóricas las
ensoñaciones posmodernas y posestructuralistas que nos invitan
irresponsablemente a "cambiar el mundo sin tomar el poder". No se
pueden lograr cambios de fondo sin confrontar con las instituciones
centrales del aparato de Estado. Debemos apuntar a conformar,
estratégicamente y a largo plazo -estamos pensando en términos de
varios años y no de dos meses- organizaciones guevaristas de combate.

¿Por qué organizaciones? Porque el culto ciego a la espontaneidad de
las masas constituye un espejismo muy simpático pero ineficaz. Todo el
movimiento popular que sucedió a la explosión del 19 y 20 de diciembre
de 2001 en Argentina diluyó su energía y terminó siendo fagocitado por
la ausencia de organización y de continuidad en el tiempo
(organización popular no equivale a sumatoria de sellos partidarios
que tienen como meta máxima la participación en cada contienda electoral).

¿Por qué guevaristas? Porque en nuestra historia latinoamericana el
guevarismo constituye la expresión del pensamiento más radical de Marx
y Lenin y de todo el acervo revolucionario mundial, descifrado a
partir de nuestra propia realidad y nuestros propios pueblos. El
guevarismo se apropia de lo mejor que produjeron los bolcheviques, los
chinos, los vietnamitas, las luchas anticolonialistas del África, la
juventud estudiantil y trabajadora europea, el movimiento negro
norteamericano y todas las rebeldías palpitadas en varios continentes.
El guevarismo no es calco ni es copia, constituye una apropiación de
la propia historia del marxismo latinoamericano, cuyo fundador es, sin
ninguna duda, José Carlos Mariátegui. Guevara no es una remera. Su
búsqueda política, teórica, filosófica constituye una permanente
invitación a repensar el marxismo radical desde América Latina y el
Tercer Mundo. No se lo puede reducir a tres consignas y dos frases
hechas. Aun tenemos pendiente un estudio colectivo serio y una
apropiación crítica del pensamiento marxista del Che entre nuestra
militancia[11].

¿Por qué de combate? Porque tarde o temprano nos toparemos con la
fuerza bestial del aparato de Estado y su ejercicio permanente de
fuerza material. Así nos lo enseña toda nuestra historia. Insistimos:
¡hay que tomarse en serio la historia! Pretender eludir esa
confrontación puede resultar muy simpático para ganar una beca o
seducir al público lector en un gran monopolio de la (in)comunicación.
Pero la historia de nuestra América nos demuestra, con una carga de
dramatismo tremenda, que no habrá revoluciones de verdad sin el
combate antiimperialista y anticapitalista. Debemos prepararnos a
largo plazo para esa confrontación. No es una tarea de dos días sino
de varios años. Debemos dar la batalla ideológica para legitimar en el
seno de nuestro pueblo la violencia plebeya, popular, obrera y
anticapitalista; la justa violencia de abajo frente a la injusta
violencia de arriba.

Pero al identificar el combate como un camino estratégico debemos
aprender de los errores del pasado, eludiendo la tentación
militarista. Las nuevas organizaciones guevaristas deberán estar
estrechamente vinculadas a los movimientos sociales. No se puede
hablar "desde afuera" al movimiento de masas. Las organizaciones que
encabecen la lucha y marquen un camino estratégico, más allá del día a
día, deberán ser al mismo tiempo "causa y efecto" de los movimientos
de masas. No sólo hablar y enseñar sino también escuchar y aprender.
¡Y escuchar atentamente y con el oído bien abierto! La verdad de la
revolución socialista no es propiedad de ningún sello, se construirá
en el diálogo colectivo entre las organizaciones radicales y los
movimientos sociales. Las vanguardias -perdón por utilizar este
término tan desprestigiado en los centros académicos del sistema- que
deberemos construir serán vanguardias de masas, no de elite.

Si durante la lucha ideológica de los '90 -en los tiempos del auge
neoliberal- nos vimos obligados a batallar en la defensa de Marx,
remando contra la corriente hegemónica, en la década que se abre en el
2000, Marx solo ya no alcanza. Ahora debemos ir por más, dar un paso
más e instalar en la agenda de nuestra juventud a Lenin y al Che (y a
todas y todos sus continuadores). Reinstalar al Che entre nuestra
militancia implica recuperar la mística revolucionaria de lucha
extrainstitucional que nutrió a la generación latinoamericana de los
'60 y los '70.

Tenemos pendiente pensar y ejercer la política más allá de las
instituciones, sin ceder al falso "horizontalismo" -cuyos partidarios
gritan "¡que no dirija nadie!" porque en realidad quieren dirigir
ellos- ni quedar entrampados en el reformismo y el chantaje
institucional. Nada mejor entonces que combinar el espíritu de
ofensiva de Guevara con la inteligencia y lucidez de Gramsci para
comprender y enfrentar el gatopardismo. Saber salir de la política de
secta, asumir la ofensiva ideológica y al mismo tiempo ser lo
suficientemente lúcidos como para enfrentar el transformismo político
de las clases dominantes que enarbolan banderas "progresistas" para
dominarnos mejor.

       Como San Martín, Artigas, Bolívar, Sucre, Manuel Rodríguez,
Juana Azurduy y José Martí, como Guevara, Fidel, Santucho, Sendic,
Miguel Enríquez, Inti Peredo, Carlos Fonseca y Marighella, debemos
unir nuestros esfuerzos y voluntades colectivas a largo plazo en una
perspectiva internacionalista y continental. En la época de la
globalización imperialista no es viable ni posible ni realista ni
deseable un "capitalismo nacional".

No podemos seguir permitiendo que la militancia abnegada -presente en
diversas experiencias reformistas del cono sur- se transforme en "base
de maniobra" o elemento de presión y negociación para el
aggiornamiento de las burguesías latinoamericanas. Los sueños, las
esperanzas, los sufrimientos, los sacrificios y toda la energía
rebelde de nuestros pueblos latinoamericanos no pueden seguir siendo
expropiados. Nos merecemos algo más que un miserable "capitalismo con
rostro humano" y una mugrienta modernización de la dominación.



Octubre de 2006







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[1] Estos esquemas simplistas fueron extraídos principalmente de: (a)
los estudios de orden filosófico de la década de 1840, críticos de la
Filosofía de derecho de Hegel, donde Marx le reprochaba a su maestro
subordinar la sociedad civil al Estado; y de (b) los análisis
sociológicos de la década de 1850 donde Marx analizó la sociedad
francesa y el fenómeno político bonapartista.

[2] Véase el inteligente estudio de Carlos Nelson Coutinho sobre
Gramsci en América Latina y particularmente sobre la revolución pasiva
en Brasil "As categorías de Gramsci e a realidade brasileira". En
C.N.Coutinho: Gramsci. Um estudo sobre seu pensamento político. Rio de
Janeiro, Civilização Brasileira, 1999. También pueden consultarse con
provecho los trabajos de Florestan Fernandez sobre la revolución
burguesa, recopilados por Octavio Ianni: Florestan Fernandes:
sociología crítica e militante. São Paulo, Expressão Popular, 2004.
Juan Carlos Portantiero había adelantado algunas inteligentes
reflexiones en este sentido en su archicitado ensayo "Los usos de
Gramsci" [1975] (Buenos Aires, Grijalbo, 1999), pero a diferencia de
los dos autores anteriores, Portantiero terminó convirtiendo a Gramsci
en un comodín socialdemócrata bastardeado hasta límites inimaginables.



[3] Véase nuestro trabajo "Los verdugos latinoamericanos: las Fuerzas
Armadas de la contrainsurgencia a la globalización", ensayo
incorporado en nuestro: Pensar a contramano. Las armas de la crítica y
la crítica de las armas. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 2006.

[4] Adoptamos esta categoría de Mario Roberto Santucho: Poder burgués,
poder revolucionario [1974]. En Daniel De Santis [compilador]: A
vencer o morir. PRT-ERP Documentos. Bs.As., EUDEBA, 1998 (tomo I) y
2000 (Tomo II).

[5] Véase el testamento político del Che, cuando afirma: "Por otra
parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de
oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su
furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista
o caricatura de revolución". "Mensaje a los pueblos del mundo a través
de la Tricontinental" (ediciones varias).

[6] Véase el capítulo "Expansión industrial, imperialismo y burguesía
nacional" del libro de Silvio Frondizi: La realidad argentina. Ensayo
de interpretación sociológica (en dos tomos, Tomo I: 1955 y Tomo II:
1956); Víctor Testa [seudónimo de Milcíades Peña]: "Industrialización,
seudoindustrialización y desarrollo combinado". En Fichas  de
investigación económica y social, Año I, N°1, abril de 1964. p.33-44.
Este artículo fue recopilado póstumamente en Milcíades Peña:
Industrialización y clases sociales en la Argentina. Bs.As.,
Hyspamérica, 1986. p.65 y ss.; y finalmente nuestro ensayo:
"¿Foquismo?: A propósito de Mario Roberto Santucho y el pensamiento
político de la tradición guevarista". En Ernesto Che Guevara: El
sujeto y el poder. Buenos Aires, Nuestra América, 2005.



[7] Tratando de pensar la conformación social de la dominación
burguesa en Argentina y América Latina de una manera diferente (tanto
frente al reformismo stalinista como frente al populismo
nacionalista), el viejo dirigente comunista Ernesto Giudici -quien en
1973 propuso la herética unidad del comunismo con las organizaciones
político-militares PRT-ERP y Montoneros- arriesgó una hipótesis más
que sugerente. Siempre decía que hay que pensar la historia
latinoamericana a partir de su propia cronología histórica, sin
violentarla para que entre en el lecho de Procusto de cronologías
diversas. Hecha esta salvedad, Giudici consideraba pertinente una
analogía con las formaciones sociales europeas; ya no con Francia
-modelo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte- ni con Inglaterra-
arquetipo empírico que está en la base de El Capital-, sino con el
prusianismo alemán. La formación histórica del capitalismo en
Argentina, por ejemplo, se asemejaba mucho más a  la atrasada Prusia
que a las modernas Francia o Inglaterra. Como en Prusia, la burguesía
argentina vivía haciendo pactos y compromisos con los propietarios
terratenientes, utilizando al ejército como fuerza social privilegiada
en política y reprimiendo toda vida cultural autónoma. La hipótesis
analógica del "prusianismo" cumplía en los razonamientos de Giudici un
rol mucho más abarcador que el "camino prusiano en la agricultura" del
que hablaba Lenin, por contraposición a la modernización de la
agricultura capitalista de los farmers norteamericanos. Véase "Herejes
y ortodoxos en el comunismo argentino", en nuestro De Ingenieros al
Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano. Buenos
Aires, Biblos, 2000 [hay reedición cubana ampliada, 2006].

[8] Es bien conocido el análisis del historiador británico Perry
Anderson (a quien nadie puede acusar de provincianismo intelectual o
de chauvinismo latinoamericanista), quien sostiene que el primer
experimento neoliberal a nivel mundial ha sido, precisamente, el de
Chile. Incluso varios años antes que los de Margaret Thatcher o Ronald
Reagan. No por periféricas ni dependientes las burguesías
latinoamericanas han quedado en un segundo plano en la escena de la
dominación social. Incluso en algunos momentos se han adelantado a sus
socias mayores, y han inaugurado -con el puño sangriento de Pinochet
en lo político y de la mano para nada "invisible" de Milton Friedman
en lo económico-, un nuevo modelo de acumulación de capital de alcance
mundial: el neoliberalismo.

[9] Recordemos que para Marx la república burguesa parlamentaria -que
él nunca homologaba con "democracia"- constituía la forma más eficaz
de dominación política. Marx la consideraba superior a las dictaduras
militares o a la monarquía porque en la república parlamentaria la
dominación se vuelve anónima, impersonal y termina licuando los
intereses segmentarios de los diversos grupos y fracciones del
capital, instaurando un promedio de la dominación general de la clase
capitalista, mientras que en la dictadura y en la monarquía es siempre
un sector burgués particular el que detenta el mando, volviendo más
frágil, visible y vulnerable el ejercicio del poder político.



[10]  En ese sentido sería conveniente no confundir las necesidades
diplomáticas coyunturales de determinados Estados -a los que
defendemos de la agresividad imperialista y con los cuales nos
solidarizamos activamente-, con las necesidades políticas del
movimiento popular en nuestros países del cono sur latinoamericano.
Aunque luchamos por los mismos fines antiimperialistas y socialistas,
no siempre lo que le conviene a los Estados amigos es lo que le
conviene a los movimientos sociales y populares de nuestros países.

Reflexionemos sobre un ejemplo histórico concreto: la Revolución
Cubana sufre un embargo criminal de EEUU desde su mismo desafío al
coloso del norte. Prácticamente todos los Estados del continente,
siguiendo la presión yanqui, rompieron relaciones con Cuba a inicios
de los '60. Uno de los pocos que no lo hizo fue México. Durante
décadas, en México gobernaba el PRI, partido burgués, corrupto y
autoritario si los hay (surgido del congelamiento de la revolución
mexicana). El PRI mantenía "hacia afuera" una política de no
confrontación con Cuba, lo cual resulta muy útil diplomáticamente para
frenar a EEUU. En lo interno reprimía al movimiento obrero, compraba
dirigentes, dividía las organizaciones populares, masacraba
estudiantes, hacía desaparecer indígenas, etc. A fines de los '60 en
México surgen organizaciones guerrilleras que son masacradas. Años más
tarde, surge el EZLN contra el PRI. ¿Cuba rompe amarras contra el
Estado mexicano? No, no lo puede hacer. Necesita mantener relaciones
diplomáticas con el Estado mexicano para eludir el bloqueo yanqui, lo
cual resulta plenamente comprensible. ¿Entonces? ¿Qué debe hacer el
movimiento popular en México? ¿Apelar a la autoridad moral de Cuba
para apoyar al PRI? La respuesta negativa es más que obvia (no
obstante existieron corrientes que así lo hicieron durante años. La
vertiente de Lombardo Toledano -de nefasta memoria- apoyaba al PRI con
retórica de "izquierda", apoyaba las represiones del gobierno como
"progresistas", incluida la masacre de Tlatelolco, etc, etc).  Sobre
estas dificultades objetivas que el internacionalismo militante no
puede desconocer, véase nuestro diálogo-entrevista (realizado junto
con el compañero Luciano Álzaga) al presidente de la Asamblea Popular
de la república de Cuba Ricardo Alarcón. En
http://www.lahaine.org/index.php?p=14057 y
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=30096



[11] Apuntando en esa dirección y hacia esa tradición política, hemos
querido contribuir con un pequeñísimo granito de arena a través de
nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder y con diversas
experiencias de formación política en varias cátedras Che Guevara,
dentro y fuera de la universidad, tanto en movimientos de derechos
humanos, en el movimiento estudiantil como en escuelas del movimiento
piquetero.

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